La historia de los ciclones en Cuba se remonta a la época de los indios taínos, cuando éstos llamaban Juracán al Dios de los Vientos y Espíritus. Es muy probable que de ahí venga la palabra huracán.
Más tarde, durante los años de la colonia, los ciclones eran ''bautizados'' por el día del santo en que causaba sus mayores estragos, por ejemplo: San Francisco de Asís, octubre de 1844, y San Francisco de Borja, octubre de 1846.
Durante la primera mitad del siglo XX se identificaban por números, según iban surgiendo en cada temporada, y en el año 1953 comenzaron las listas rotativas de nombres de mujeres confeccionadas por Centro Nacional de Huracanes. En 1979 la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio Meteorológico de Estados Unidos incluyeron nombres de hombres en las listas rotativas de los huracanes.
En ocasiones, los habitantes en las zonas rurales de Cuba calificaban de ''viento platanero'' algunos ciclones de poca intensidad, aquellos que se presentaban como una depresión tropical, mientras que a los que arremetían con fuerza bestial (huracanes de categoría 4-5, con vientos de 250 kilómetros por hora en la escala Saffir-Simpson) los describían como ''brutales'' y ``el enemigo malo''.
Existen muchas historias sobre el destructivo huracán de octubre de 1926 que azotó a Isla de Pinos y la provincia de La Habana. Sin embargo, de acuerdo a las Memorias del Ciclón de 1926, editado por la Secretaría de Obras Publicas de la República de Cuba en el año 1927, los primeros partes de los observatorios Nacional y de Belén, alertaron sobre las primeras señales de la perturbación ciclónica, las que se manifestaron el 17 de octubre de 1926 a unas 100 millas de la costa oriental de Nicaragua.
Desde un principio el avance del ciclón se tomó en serio y muy pronto se convirtió en una verdadera amenaza para las dos provincias occidentales al conocerse, el 18 de octubre por la tarde, que se había convertido en un poderoso huracán. De acuerdo con un análisis de la época, se daba una idea de la trayectoria y que el ''ojo'' pasaría por la provincia de La Habana, como efectivamente sucedió.
Por datos oficiales se conoce que la fuerza del viento no pudo ser medida, ya que todos los equipos contadores de la fuerza de las ráfagas fueron destruidos por el huracán. Sin embargo, en el Observatorio de Belén la máxima registrada fue de 103 millas por hora, antes de ser destruidos los anemómetros.
El vórtice del huracán, después de cruzar la Isla de Pinos, entró por el Surgidero de Batabanó, pasó por Melena del Sur, siguiendo su marcha destructiva por Quivicán, Managua, Santa María del Rosario... hasta que finalmente salio por la costa norte, cerca de Bacuranao.
''El ciclón del 26'', como muchos le siguen llamando, fue uno de los huracanes más destructivos que han azotado a la isla de Cuba. El trágico evento ocurrió el 20 de octubre de 1926, cuando arremetió contra la Isla de Pinos y La Habana, con vientos máximos de 250 kilómetros por hora, dejando un trágico saldo de 650 muertos y 100 millones de pesos en daños materiales.